Lucía Emmanuel
@luzagranel
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A lo mejor conoces esa sensación. Haber tenido un hogar, haber podido decidir qué estudiar o en qué trabajar, haber vivido experiencias, viajes, amores, haber tenido todo lo necesario en esta vida y también haber perdido lo más importante. Sentir la palabra libertad grabada en las líneas de la mano y, como Milan Kundera, a veces no saber muy bien qué hacer con ese peso, con esa ligereza.
Me llamo Lucía Emmanuel y nací en Bilbao en el año 85. Vivo como quien se desparrama en un texto: avanzando, observando, aprendiendo y escuchando.
Perdí a mis padres muy joven. Mi familia-núcleo es una semilla que llevo por dentro. Soy la pequeña de tres hermanas, siempre he sido las ramas de nuestro árbol, ahora desde que soy madre también estoy aprendiendo a ser raíz.
Mi alma se ha desdoblado una infinidad de veces y sus partes vagan por las ciudades donde he vivido, por todos esos espacio-tiempos: Bilbao, Marsella, Madrid... y vuelta al lugar de origen.
Tengo la mente científica y el corazón literario. Siempre me gustó mirar hacia lugares opuestos, abrir perspectivas en lugar de cerrarlas, buscar puntos de unión. Por eso estudié física y, en lugar de trabajar en investigación, me fui a Francia a hacer talleres divulgativos con niños. Por eso hice un Máster de Narrativa y como proyecto final escribí un poemario. Me ha costado mucho encontrarlo, comprender la importancia del equilibrio, pero hace tiempo aprendí a hacer concesiones cabeza-corazón, hice cooperar a las partes, elegí mis propios binomios fantásticos. Esa mezcla me ha llevado hasta donde estoy ahora: al equipo de la Escuela de Escritores, donde también imparto un curso sobre metáfora.
Mi padre tenía el ojo fotográfico, quizá por eso me gustan las imágenes como quien mira por las ventanas. Al apresarlas dentro de los textos trato de aproximarme a ese contar/no-contar atmosférico del cine. Mi madre era bailarina, quizá por eso escribo mucho desde el cuerpo, porque gracias a ella el cuerpo siempre ha sido lenguaje.
Los temas que siempre vuelven en mi escritura son la familia, las ciudades y eso que comúnmente llamamos intimidad.
Soy un cuerpo lleno de imágenes, una memoria que vuelve a sí misma para repoblarse. Escribir es juntar trozos de papel, formar mosaicos, construir hogares de niña-adulta. El primero que ha visto la luz es precisamente aquel que habla sobre mis padres. Sobre aita, sobre ama, que para mí ya son un poco Muro con buganvilla.