Lucía Emmanuel
@luzagranel
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Poemas
Antes de ser verbena es tallo y, antes de tallo, espalda, lienzo de piel y carne, curva donde el calor y donde el escalofrío. Sombras, ojos que se buscan, sinusoides arbóreas. Tienen nombre de planta, de flor, de musgo y liquen. Yemas hembra y yemas macho de los dedos que olfatean el aire que se estrecha entre dos cuerpos convexos. Piel tatuada y delirios de curvatura. Verbena es una mujer y es una planta y es una fiesta. Narciso es un hombre y es un reflejo y es un río. Atardecer carnoso que recoge el destilado. Densidad de invernadero, espalda contra espalda, gozo de danza a ciegas. Celebración del tronco y las extremidades. Ojos verdiazules, verdioscuros, verdirrojos. Selva que brota tras el temblor.
Ojos de cíclope verde y milenario. Cientos de farolas encendidas en algún punto del paisaje, ecos lejanos de noches azules y un coche que sigue las líneas de la carretera, las luces de las luciérnagas.
Duermo con un libro que representa un hombre. Fuentes tipográficas y olor a fotocopiadora. Manos de palabra y papel.
Abro el libro: vengo a acariciarte la herida, a rastrear con los dedos las huellas, a rastrillar tus pasados remotos, a removerlos y hacerlos palabra.
Peino una ceja, pelo por pelo. Cartografío una espalda. Me fotocopio en la palma de una mano: un hombro, una mejilla, un trozo de nalga derecha, el hueso de una cadera, mis trescientos gramos de carne tierna con lunar.
Dice el libro: te veo intacta, te veo entera, no de pies a cabeza, de ojo a corazón.
Adentro el paisaje de noches azules, el coche que sube por la carretera, la cuesta de los recuerdos quietos que se volatilizan al pasar, las luciérnagas que parecían muertas cuando solo estaban dormidas.
Dice el libro: veo tu cordón umbilical.
El coche se acerca, atraviesa veloz todos los puntos del paisaje, los puntos confusos, los puntos ciegos, las noches azules, busca la luz de la luciérnaga que late bajo una sábana.
Hay una ventana,
trepan las ramas de un árbol desconocido.
Junto a un puerto.
Con esa luz de puerto y esa luz de calle de casas
bajas,
lejos del tumulto de la ciudad.
Hay objetos pretéritos almacenados en la memoria:
objetos de luz.
Despierta una ventana y el pasillo enmoquetado,
descalza camino al baño con una camiseta hasta las rodillas,
inquieta por si se abre la puerta de la calle.
Me paro.
Miro una foto, un cuadro.
No tienen el poder de la ventana,
la luz es el idioma de los ojos.
Aquí las personas son una suerte de ánimas de la naturaleza.
Se llaman roca, nube, río, estrella, viento;
nadie se llama lluvia.
Leer en una lengua desconocida es arrastrar una red por la playa,
escucho el susurro de la arena,
recojo abalorios extraviados.
Cuando llego a una ciudad grande me hago con un mapa del metro.
El amor es
amanecer en una boca desconocida
sin saber cómo regresar a casa.
Llueve mucho por esa ventana.
Juego de bocas dentro de una camiseta grande.
No retorno.
Euria es el nombre de la lluvia. Podría ser el nombre de la ciudad.
La ventana es toda mía cuando él sale a fumar
a la punta opuesta de la casa, cuando despierta para ir al baño
y ya se queda por la cocina.
Cambio de ciudad, de olores, de bocas de metro;
la vida acontece por esa ventana:
hoja, barco, rama, lluvia.
Idioma de las ánimas,
lengua primitiva de la memoria.
Lucía Emmanuel
Si miras de cerca puedes ver dos círculos escarchados, dos iris neblinosos de anciana escuálida, casi ciega. Adentro la línea de las montañas que intuye o imagina, sin saber si están heladas o lluviosas. Tanta y tan fría, tan blanca, que cerca de las tinieblas todo parece tener un halo nevado.
Toca tres veces y entra en su habitación, donde ruge una pequeña nevera y huele como todas las habitaciones, como todos los ancianos. Acércate al sillón frente al ventanal donde ella fija la vista sobre el atardecer en las montañas del Botxo y, antes de tocarle el brazo, mira sus ojos perdidos, míralos bien de cerca.